
El retorno de Santiváñez se da en un clima político cargado de desconfianza y con un Congreso que, tras mostrar mano dura en marzo, guarda hoy un silencio estruendoso. Nadie parece dispuesto a cuestionar con la misma vehemencia a un funcionario que vuelve por la puerta grande, pese a haber sido expulsado por la incapacidad de enfrentar al crimen organizado.
De la censura a la justicia
La paradoja es inevitable: quien fracasó en la lucha contra la violencia urbana es ahora responsable de garantizar la solidez institucional y legal del país. Según su propia versión, buscará "dar continuidad" a los procesos en marcha dentro de su nueva cartera; pero, para más de un analista, el perfil de Santiváñez no encaja con el cargo que hoy asume. La contradicción es tan evidente que su juramentación ha sido leída más como una apuesta política de Palacio que como un reconocimiento a sus méritos.Congreso, cómplice silencioso
La oposición, que hace unos meses lo censuró, hoy calla. El Congreso, en permanente pulseo con el Ejecutivo, parece más dispuesto a jugar al equilibrio de conveniencias que a fiscalizar con coherencia. El retorno de Santiváñez se convierte así en un espejo de la política peruana: un sistema que censura por un lado y consiente por el otro, según convenga al libreto del momento.El mensaje político detrás de la designación es claro: Boluarte nombra a quienes quiere, incluso a los cuestionados, con la certeza de que el Legislativo no moverá un dedo para bloquearla. En medio de la crisis de legitimidad de ambas instituciones, esta jugada puede leerse como una provocación o como un recordatorio de que los acuerdos bajo la mesa pesan más que las críticas en público.
Tres cambios, un mismo rumbo
Junto al retorno de Santiváñez, Ana Peña asumió el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables en reemplazo de Fanny Montellanos, quien pasó al Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social. Movimientos importantes en sectores clave, aunque eclipsados por la polémica designación en Justicia.El gabinete ministerial se recompone, pero la herida abierta por el regreso de Santiváñez vuelve a exponer la fragilidad de un gobierno que sobrevive al filo del cálculo político.
Porque al final, lo que queda en la retina ciudadana no es la renovación, sino la impunidad con la que ministros censurados regresan, en un país donde las ausencias del Congreso pesan más que su voz.
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