Nepal advierte al mundo: el verdadero poder está en el pueblo



Nepal advierte al mundo: el verdadero poder está en el pueblo
Nepal demuestra que el verdadero poder está en el pueblo con una rebelión que desafió a un régimen autoritario y represivo. Las recientes jornadas de protesta en ese país asiático se convirtieron en un recordatorio global de que la soberanía no se concentra en los palacios ni en las oficinas de los políticos, sino en la gente que habita las calles.

El régimen y el descontento

Por años, el gobierno nepalí fue acusado de actuar como una dictadura: imponiendo censura, reprimiendo manifestaciones y acumulando riquezas mientras el país caía en la pobreza. Esa combinación alimentó la indignación de la población que, cansada de esperar cambios, optó por salir masivamente a exigir el fin de la represión.

Las imágenes de edificios gubernamentales incendiados, un parlamento en ruinas y la corte suprema bajo ataque marcaron el inicio de una etapa de resistencia. Ministros y autoridades huyeron en medio de la presión social. El episodio más comentado se centró en el ministro de Finanzas, quien fue detenido por manifestantes, desnudado parcialmente, obligado a caminar frente a la multitud y finalmente lanzado a un río. Esa escena, replicada en distintos medios internacionales, se transformó en símbolo de la humillación que el pueblo devolvió a sus dirigentes.

Un mensaje que trasciende fronteras

El levantamiento en Nepal no buscó la aprobación de organismos internacionales ni de una prensa que la ciudadanía consideraba complaciente. El pueblo actuó por cuenta propia y dejó un mensaje claro: la libertad no puede ser condicionada ni retrasada por los intereses de una élite.

Ese hecho remarcó que, cuando una sociedad decide levantarse, no existe ejército ni partido capaz de frenar el poder de la movilización. El grito de Nepal fue directo y contundente: el soberano es el ciudadano, no el político.

Impacto regional y global

La revuelta también se lee como advertencia para otros gobiernos que buscan perpetuarse mediante la represión o el engaño. La experiencia nepalí expuso que un régimen sustentado en el miedo y la corrupción no puede sostenerse si la población dice basta.

Con ello, Nepal recordó al mundo que los pueblos conservan la última palabra en los procesos políticos y que la fuerza de la protesta puede redefinir el rumbo de una nación. En este escenario, Nepal se convirtió en referencia de resistencia ciudadana, mostrando que el poder real nunca estuvo en los cargos oficiales sino en la capacidad colectiva de decidir.

De esta manera, el país asiático reafirmó que los gobiernos solo se mantienen en pie mientras sus sociedades lo permitan. Cuando la paciencia se agota, la protesta se transforma en una herramienta que desnuda la fragilidad de cualquier régimen. El mensaje lanzado desde Katmandú resuena ahora más allá de sus fronteras, recordando que el pueblo manda y que ninguna estructura política puede ignorar esa realidad.


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